Playas de vidas: novelas cortas

84 Rosa Arciniega eJ.Ccur.sión es su comedido chambelán. Un. séquito de ocho ;marinos, vestidos de blanco, cierran la alegre embajada. (A mi lad0, La Hija Menor se espiritualiza en un temblor angustioso. En sus mejillas brota una roja ama- pola que pretende esconderse bajo las espigas de sus ca· bellos. Ondula su cuerpo como la voluta de humo de un perfumado incensario). El hielo ·de mi serenidad de directora obligada tiende un puente de palabras entre uno y otro rubor: -Príncipe: os presento a la dueña de este castillo. Y a su hija, la princesa . . . El crepitar de un aplauso ha cercenado mi frase. En el incienso melódico de la marcha triunfal se han volati- lizado también los saludos de los dos. Luego, a una discre- ta señal mía, la orquesta de improvisados zíngaros inicia la melífiua cadencia de un viejo .Y moderno vals, cuya línea armónica será -como en toda opereta- el motivo temático que espiritualice, más tarde, la realidad del re- cuerdo. Ahora es sólo el introito de un breve -y trému· lo- amor. Nuestros príncipes, bordando espumas de sueños ser br.e un tenue almohadón de nubes, bailan. Bailan también las primeras parejas de cortesanos. Entusiasta colaborador: usted y yo nada tenemos ya que hacer aquí. Nuestro trabajo de iniciadores de la far- sa ha conduído. Dejémosles ahora a ellos que la tejan. Entretanto, paseemos por el parque. ¿No le seduce a us.. ted el sosegado poema .que surge del corazón de esta no- che encantada?

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