Playas de vidas: novelas cortas

Playa de Vidas La Aldea. :.~.~.!~ .~ ... .. 73 ¿Iba usted a hablar? No, no diga nada. Preferible es, que, en silencio, vayamos paladeando la espiritualidad de estas calles estrechas, pedregosas, empinadas y dormidas. Las vagas imágenes de las sugerencias inmateriales se es- cabullen, ante los aluviones de las palabras ... Tac; tac ... Tac; tac ... Tac; tac ... Nuestros pasos, lentos, acompasados como péndulos de un reloj. Un farol de luz mortecina. Una taberna. Una red de pescar, exten· dida. Las lanchas, en voz muy baja, se cuentan leyendas de naufragios. Un viejo marino fuma filosofía en su ca· chimba. El mar, ahora terso, in.cuba trágicos complots de furiosas galernas . . . Pero, ¿qué es aquello que se columpia en el agua? ¿Un velero? ¿Un yate? ¿Un yate aquí? Imposible. No; realmente es un velero . . . Pero, ¿verdad que muy bien podría ser un yate? Véalo usted: tan blanco, tan airoso, tan ingrávido . . . Sugiere la imagen estilizada de una flecha, dormida sobre las olas. Bastará que su propieta- rio distienda el arco de su voluntad para que se lance, tembladora, a través de todos los mares. ¡Su propietario! Pero, ¿quién será él? ¿Acaso un príncipe que busca en la embriaguez de las aventuras cómo satisfacer sus recónditos atavismos de conquistas? ¿Quizá un nostálgico aventurero que persigue un amor exótico o que quiere olvidar un desesperado amor? ¿Tal vez un millonario que viaja por "snobismo"? ¿Y si fuera ... ? No; es absurdo. Iba a decir: ¿Y si '

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