Playas de vidas: novelas cortas

70 Rosa Arciniega -Por eso hemos venido. Pero las vemos tan ocupa- das ... LA HIJA SOLTERONA. -¡Oh, no! No nos corre nin- guna prisa ·este trabajo. En realidad, bordamos para no aburrirnos ... LA HIJA MENOR. -Claro; ¿cómo mataríamos el tiempo si no? Son tan largos los días aquí .... (¿Ve usted, querido compañero? Se hastían. Las ho- ras, faltas de poesía, se les hacen interminables .... Les haremos un bien envolviénd_olas en la inquietud de una trama novelesca.) YO. -¿De modo que sienten ustedes tedio? ¿De modo que se les hacen las horas extraordinariamente monóto- nas? LA HIJA MENOR. -¡Oh, sí! YO.- Es increíble. Yo, en su lugar, viviría aquí en- cantada. Esa aldea, ese mar, este castillo y el parque que lo circunda están poblados de mágicos seres, a.e persona- jes interesantísimos. Estupefacción en todos los rostros. -¿De per ... sonajes ... interesantísimos? -Sí. Nosotros, en un sólo día aquí de permanencia, hemos trabado amistad con muchos de ellos. (Las agujas del Hastío han dejado de pespuntear sobre la tela de la Monotonía. Seis ojos ávidos ~ se han clavado en los míos. El gato gris se despereza y mueve las orejas). Si ustedes quieren se los presentamos. Son muy simpáticos. Vaya; dejen ustedes de coser y acérquense a la ventana. (El fru-fru de las telas, al caer en las canastillas, ha estiliza-

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