Playas de vidas: novelas cortas

Playa de Vidas 65 Usted y yo hemos tomado un billete del ferrocarril sin punto fijo de destino. Nos detendremos, pues, don- de nos plazca. Puede usted indicármelo con plena libertad. ¿Qué tal estaría quedarnos en ese blanco pueblecito envuelto aún en la niebla matinal? ¿No le atrae a usted? Bien; entonces, sigamos adelante. (En silencio para me- jor entendernos). Pero mire: allá, a nuestro costado derecho, por entre aquel manchón verdoso, se abre la pulida lámina de un espejo ... ¡Es el mar! ¡El mar! (Bata usted palmas con- migo, sin preocuparse de esos absurdos viajeros que ho· jean periódicos para engañar su esplin ..• ). ¡El mar! Y ... sí; vea: un poco a su izquierda, el a- pretado caserío de una aldea. ¿Y aquel edificio austero, señorial, que se yergue sobre ella? Es un castillo. ¡Un castillo! ¡Un romántico castillo! ¿Quiere usted que sea aquel nuestro punto de desti- no? ¿Hacemos alto aquí? ¿Sí? Entonces, recojamos nues- tros maletines. El tren empieza a acortar la marcha. Se detiene en este apeadero . . . (Digamos adiós a nuestros solemnes compañeros de ruta común). Perfectamente; ya se .fué el tren. Ahora, en camino hacia la aldea. A pie. (Si se acuerda usted de un tranvía o de un automóvil, habrá mancillado la ·pureza del paisa- je). La aldea. El mar. El castillo. Encantador escenario

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