Playas de vidas: novelas cortas

64 Rosa Arciniega san sus .pies -alas de nácar y lií:io-. Y, en sus pechos, a- prenden los botones de las flores a hacerse prietos y erec- tos. Vea usted cómo a su sedoso paso se inclinan, · volup- tuosos, los tallos húmedos de las hierbas; cómo, con una mística ansia de besos puros, abren los labios de sus co- rolas todas las florecillas silvestres; cómo las orquestas de los pájaros preludian, en el coro del cielo, sus más acor- dadas sinfonías . . . Mirémosla por última vez: desperezando a la vida con sus canciones de amor, se va · alejando, alejando por en- tre los cañaverales del río • . . (Enhebrados en su fresca belleza se vap. los hilos del ensueño). ¡El Sol! Un año hacía ya que ni usted ni yo lo comprendíamos. Hoy, la magnificencia lujuriosa de su claridad se diluye en nosotros como savia de vida nueva. Mitológicamente real aparece también ante nosotros Febo: padre eterno de la luz ... (No tenga usted miedo de expresar su pensa- miento: sí, ese sol es un apasionado doncel que, desde el principio del mundo, anda persiguiendo a la Aurora para poseerla, sin lograrlo jamás. Si ló consiguiera, la Tierra se quedaría a oscuras). Los deseos irrealizados son la alta clave del mundo. • • •

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