Playas de vidas: novelas cortas

56 Rosa Arciniega arcangélicamente feliz que se diluye ahora por el rostro de Marta Hoppe. Continúo sugiriendo:) -Son las dos de la madrugada y ustedes empiezan a sentir frío, señora Marta Hoppe. Embrujada, ebria del opio más enervante, usted ha apoyado su cabeza en el pe- cho de Julio ·Ripolte. El ha cobijado la espalda desnuda de usted bajo el ala de su brazo izquierdo. Así, juntos, se han entretenido -¿durante cuánto tiempo?- en prender en los cielos las estrellas del deseo. Siga usted, lírica Marta Hoppe ... (Observen esa transición de su rostro, ese gesto alar- mante de locura . . . ) -Sí, después . . . , la noche artificial. Cerrado el bal· · eón. El champagne burbujeante danzando lúbricas dan- zas mefistofélicas sobre la pista de las copas. La luz es- carlata de una pantalla tiñe el saloncito con rojeces carna- les de fiebre pasional. Mi boca, sedienta de amor, del ver- dadero amor, del que no conocí nunca, cerca ya de la su- ya, entreabierta, para darme la esencia de sus besos . . . ¡Los primeros! Y, de pronto ... ¡¡No!! -Marta Hoppe, tranquilícese, por favor. Se lo ruego. Siga usted. -De pronto ... , Julio se convirtió en él. ¡Era él, con su cara monstruosa de vampiro alucinante; con sus ojos carbunclosos fosforesciendo en lubricidades; con su boca babeante rugiendo sobre mi carne .... ¡Estaba allí, en· cendido en ansias repugnantes, retorcido de deseos luzbé· licos! . . . Era su aliento, aquel mismo aliento letal que me había asfixiado tantas veces. Eran sus · manos, aque- PI na ha do le to m

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