Playas de vidas: novelas cortas

Insuflaremos, pues, un aire de vida novelesca a un protoplasma folletinesco, actuando luego --contrariamente a como lo haría el "escritor-detective"-, de fuera hacia adentro, de lo anecdótico somero, a lo profundo concreto. Pondremos el frasco, chillonamente rojo, de la anéc- dota, en lugar bien visible, sobre los anaqueles del labo- ratorio psíquico. Luego, una gran et~queta llamativa en su rechoncha panza, que diga así: "EL CRIMEN" Ahora, quitemos el tapón. Un fuerte olor de sangre, todavía caliente, impregnará el aire de la estancia. Ver- tamos un poco de esa sangre sobre la albura de las cuar- tillas, y la anécdota folletinesca previa .quedará sugerida a la manera periodística: "El Crimen". "En estas circunstancias, imprevisto y brutal, surge el crimen. La viuda Marta Hoppe, de nacio- nalidad alemana, y el español Julio Ripolte, su joven a· mante, están en uno de los salones del chalet de la prime- ra, bebiendo una copa de champagne y gozando, a través, de las ventanas, del embrujo de la noche veraniega. Aba· jo, las flores del jardín se emborrachan de voluptuosidad. "Son las cuatro y media de la madrugada y empieza a clarear. La doncella que espera la salida de Julio para acompa:fíarlo hasta la puerta, se ha dormido. Pero, de pronto, un grito aterrador la despierta. Entra en el salon· cito .... ¡Sensación! Julio aparece derribado en el diván. Sobre la nieve de su pechera almidonada, un enorme rubf centelleante, un cálido coágulo de sangre. En· el centro

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