Playas de vidas: novelas cortas

36 • • • Catorce días de navegación. Tengo fiebre, pero no importa. Puntualmente acudo a mi cabina de mando. ¡Con qué precisión enfilo las estrellas! Con una pre- cJsión de escalpelo torturador. Sí, sufro. Porque tengo ce- los. (¡Qué ridícula palabra! Pero ¡cómo quema!) ¡Celos! ¿De quién? Hasta hoy, del aire que juguetea con tus ves- tidos, de la luz que se ciñe a tu cuerpo flexible. Desde hoy ... Desde hoy, ¡de un radiograma! (¡Qué frase tan ridícula, pero cómo abrasa!) Tengo celos de un papel azul, de una frase arrebata· da al aire, de un mensaje llegado en alas de una vibración eléctrica. Nó, no es de un papel, no es de una frase de la que tengo celos. Es de un rostro que ha venido en esa frase. Es de una boca que la ha pronunciado, de una mano que la ha escrito, de un pecho que la ha suspirado. ¡Rauda paloma mensajera: al posarte hoy en el más- til de mi transatlántico, has empezado a picotearme el corazón! Laura, Alicia, Ofelia o Luisa --cierro ya mis oídos pa- ra no escuchar tu posible nombre-, ¿quién, desde otro mundo, viene a buscarte a través del éter? ¿Qué alma re- gocijada sale al camino a celebrar tu llegada? No me digas que tus padres o tus hermanos. Tampoco una amiga. Esa impaciencia que llega a tí, cabalgando

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