Playas de vidas: novelas cortas

' '('! 32 Rosa Arciniega -él te ha visto- te ocultas en un rincón del transatlán- tico, . miras al mar, luego al cielo, y lloras: y a dónde vas; y quién te aguarda en la próxima ori- lla; y si conserva~ algún recuerdo de la anterior; y si nun· ca has querido; y si podrás amar; y si me . . . ¿Ves? Cierra, Laura, Ofelia, Alicia o Luisa, cierra tu puerta y echa tu pestillo. Y no asciendas más a mi puen- te mientras sople la tibia brisa del mar. Y no. te dejes ver. No asomes más que tus ojos, las dos antenas poderosas que bastan para comunicarnos. Para comunicarnos. Ahora, de noche. Mientras la tela de araña del radiotelegrafista de a bordo acecha la onda invisible y los homúnculos del fondo bullen, inconscien- tes, alrededor de las calderas. Mientras todo el mundo -este mundo peque:ño, pero igualmente grande que el otro- duerme en sus celdillas numeradas. Somos los amos de ~te mundo. Detengámonos frente al tiempo. No importa saber los días que nos faltan aún · de navegación. Puede ser uno. Pueden ser tantos como los innume- rables surcos que se podrían trazar sobre el mar con una ligera quilla, partiendo siempre desde este punto en for- ma de una rosa de los vientos. * * • Ocho días de navegación. El cerebro está roto, destrozado, maltrecho. Lo ha

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