Playas de vidas: novelas cortas

Rosa Arciniega prendido en la red. El oído la atrapa, la retiene, la fija. Exprime luego el jugo de una frase sobre el papel. Y. des. pués, a su correspondiente ramüicación nerviosa, a su des- conocido destinatario: "Primera clase, camarote número 45". Ahora, otros nervios tremarán ante el papel celeste o gris. El radiotelegrafista ha terminado. ¿Ha terminado? La araña vuelve a su Sitio; el oído queda atento a la menor vibraci6n. ¿Por qué ese radiotelegrafista que comparte conmigo las horas nocturnas es tan extremadamente delgado y pálido? Ah; él quizá pueda ser el coraz6n. Pero yo soy el cerebro y, para ser cerebro, para ser alta cúpula directora, se necesita mi robusta complexión. Esas manos ascéti· cas no pueden atrapar más que ondas eléctricas -vagos efluvios de los vientos-; no empuñar el timón ni el sex- tante como las mías. ¡Pálido radiotelegrafista, homúnculos inconscientes, y vosotros, pasajeros todos, los que dormís a esta hora:_sa- bed que estáis bajo el capricho de mis manos, a merced de la recta inexorable que mi cerebro director quiera im· primiros! .... • • • ¡Recta inexorable! Pero, ¿por qué, entonces, desde hace dos días estoy intentando describir una elipse, un círculo, . cuyo epicentro son las dos palabras -también esferoidales- Alfa y Omega? ¿Por qué desde hace dos

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