Playas de vidas: novelas cortas

266 Rosa Arciniega Jorge cree soñar. Desorientado en la penumbra, si- gue mirando en dirección a la ventana. -Jorge.... La vé al fin. -¡Laura! (El enrejado es, en esta ocasión, el austero guardián de todas las moralidades. Sólo las manos, a través de él, pueden fundirse en un mismo calor de emoción). Azoramiento, silencio.... Luego, la escena se condensa en un violento repro- che pasional. El dice: -No me amas. Te burlas de mí. Estás en complici- dad con tu hermana para mofarte. . . . -¿Con mi hermana? -¡Sí! ¿Qué signfü.ca su presencia en la ventana? <El dando de una sospedha aterradora se clava en el es- píritu de Laura). -No sé; pero tengo que explicarte. . . . Sólo he ba· jado por eso. . . . Tenía miedo de que no volvieras más. . . . Me tiene aherrojada. Si ella se enterase ha· ría imposible hasta este único consuelo de vernos desde lejos. -Pues bien; hay un camino: huye de esta casa; de- ja a tu hermana; libértate de su tiranía. (Laura solloza). -¿Y después?

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