Playas de vidas: novelas cortas

Rosa Arciniega sotras, tiene una luz más cegadora que vosotras. Voso- tras sois sólo el reflejo de ésta. Menos aún: su ornato, las piedras menores que orlan su contorno. Os veo, estrellas, y extiendo el brazo de mis deseos hasta llegar a . vuestra altura. Os tomo una a una; paso un hilo por vuestro centro, construyo un collar, y os hago ser obediente sistema planetario alrededor del cuello de mi estrella. ¿Comprendéis ahora -¡estrellas, consteiaciones !- por qué no os miro, por qué habéis dejado de ser el orgu- llo de mis elegancias interiores? Tú, Gran Cruz del Sur, has meditado sobre tu inferioridad lumínica y te has es- condido avergonzada detrás de la persiana del horizonte. Pero tú, fría Estrella Polar, acechante víbora de las al- turas, ¿qué me presagias con tu aparición? ¿Vienes a a- tisbar mi vida, como una vieja entrometida, desde tu bal- cón del horizonte? O, siempre matemática como los án- gulos geométricos que desde los puentes de los transatlán- ticos parten hacia tí, a señalarme los grados de latitud pa- ra que siga -¡siempre!- una recta inexorable? ... No te hago caso. Me río de ti. Tengo a la altura de mi mano, un quintante, una brújula y varios aparatos que me indican la rectitud. Pero ahora quiero seguir las voluptuosas sinuosidades de la curva. Soy el amo mamen· táneo de este transatlántico -un pequeño mun~ do-. Me obedece el volante del timón y me place hacerlo girar en torno de esta Estrella que brilla a mis pies. Solo, en esta cabina de cristales, soy el amo, el cere- bro, el capitán de esta frágil embarcación. Puedo impri·

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