Playas de vidas: novelas cortas

130 dice, ante cada flecha indicadora de direcciones. Se vé claralmente su azoramiento, su deseo de encontrarse pron- to en la .superficie de la otra boca; en la ciudad de arriba, en su auténtica ciudad. -Uno de cuarenta, señorita••.• Este, en cambio, ha desceilldido los escalones con pa- so firme; no se ha detenido aturdidamente, enitre los ró- tulos de las puertas de entrada. Me reclama sus "cuaren- ta" con ese aire retador del millonario que llega a los ca· sinos con ánimo de desbancarlos. Se lanza, después, 'Con su fteha en la mano, por entre el laberinto de los corre-- dores, sin atender indicaciones, sin el menor titubeo, co. mo una blanca Cecilia de las Catacumbas. . . . Sabe que ese ticket le da derecho a una larga exploración y, buzo de profundidades, aprefrta la escafandra sobre sus joro- bados hombros, amoldados ya para soportar las enormes presiones. Tampoco éste me interesa. Tiene enigmática cara de superrealista; ojos y dedos de heroinómano; boca de blas- femo. Mal caminante urbano en tiem¡po de sol, sabe en cambio hundirse con precisión matemática por mi ciudad subterránea en cuanto llega la nodhe. Cae aqui certera- mente, por impulso natural. Por arriba sólo sabe caminar bajo esa luz artificial de las bombillas que subrayan la artificialidad de su rostro. Es el murciélago de la urbe; el hombre nocturno de la ciudad. Sombra de vlclo y de Iodo. -Uno de diez.... -Uno de veinte.•••

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