Playas de vidas: novelas cortas

224 Rosa Arciniega tenía que avanzar, que avanzar siempr·e hacia el peli- gro .... , hacia la muerte. Quince minutos después, al descender hacia una pe- queña hondonada, De Me·ril'lac tropezaba con un cuerpo yacente y, tomándolo por un cadáver, quiso desviar de direcieión. Pero en este momento vió brillar algo como un relá1mpago en la mano del "icadá 1 ver", Y. en el ápice del pavor, en plena inconsciencia, le gritó en alemán: "No tires, no me hieras; escudha" .... Aquello me salvó. Mi enemigo me había tomado por un cüimpañero suyo. Luego, pegados cuerpo contra cuer- po en una misma angustia de muerte, hablamos. Le dije quién era. Le e)Gpliqué mi co¡mprensible engaño. "¿Por qué nos hemos de matar?' ', acabamos por decirnos. Fra- ternizamos. Irbamos a des1peidirnos al fin .... Pero, en ese momento amanecía. "No puedes volver hoy a tus trinche- ras -me dijo -él-; las mías están aquí, cerca, y te a•cri- billarían .en cuanto asomaras el casco. Es preciso que es- peres aquí hasta que yo vu.elva. Entonces, no habrá pel~­ gro alguno. ·Toma el agua de mi cantimplor~ para qw~ puedas resistir". Silv;ó entonces suavemente de un modo convencional; nos miramos con fijeza uno a otro a los ojos, y desapareció rampando por la cima de la pequeña hondonada , mientras yo quedaba sepul 1 tado vivo allí. Torturado por e1 recuerdo, De Merillac siguió narran- do a su mujer, a través de la reja de la cárcel, su indeci- ble agonía de aquella jornada infinita. Hasta que, al lle- gar la noche al fin ....

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