Playas de vidas: novelas cortas

220 Rosa Arciniega -Entonces, ¿si usted volviera a encontrarse fuera de aquí?.... -Señor de Merillac (ya no tengo derecho a llamarle amigo Merillac como aquella noche) en el fondo, yo cont!- núo siendo el mismo que conoció usted en circunstancias bien extrañas. Pero todo esto no tiene ninguna impor- tancia. En vez de caer entonces, caigo ahora. Hubiera si- do mejor acabar por aquellos días. Hubo un largo silencio. Al cabo del cual, M. de Me- rillac preguntó a Hermann Scheninger: -Y suponga u st ed que los papeles estuvieran inver- tidos. ·Que usted ocupara mi lugar y yo el suyo, ¿que ha- ría usted? -No puedo decirlo. -Dígalo usted. -Lo que me dictara mi impulso del momento. Yo me <iejo guiar siempre por mis impulsos. -Yo nunca. -Yo siempre. -Bien; espere un instante. M. de Merillac salió de la celda, miró a uno y otro la do, volvió a entrar en ella y dijo secamente a Schenin- ger: -Sígame sin hablar nada. Luego sería tarde. Unos minutos después, el recluso 463 se cambiaba de ropa en las propias habitaciones del Director de la cárcel. Y media hora más tarde, se perdía entre el tumulto anó- nimo de la ciudad.

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