Playas de vidas: novelas cortas

Playa de Vidas 217 Los ojillos abotaigados de Hermann Sciheninger preten- dieron iluminarse con una sonrisa. -¿De Merillac? Ya lo creo que lo recuerdo. Y su cara también. Estoy seguro de que lo reconocería en cuanto le viese -y después de una pausa y como hablando con- .s~go mismo-: aquella fué la mejor hazaña de mi vida. Ahora, en cambio, señor director, soy un asesino, un ase- sino vulgar. ¿Qué otra cosa podemos ser los hombres de nuestra generación? Pero.... Es extraño que usted me haya preguntado todo eso. ¿Cómo puede saber nadie u- na cosa que yo no he confiado jamás? ¿Es que conoció usted a De Merillac? Pero el recluso 463 no obtuvo respuesta. M. de Meri- llac, visiblemente turbado, acababa de cerrar la puerta de la celda. Volvió nuevamente a su despacho. Su cerebro era un caos. Bullían en él, incontenibles, los pensamientos. Era como si, súbitamente, todos los presos se hubiesen amoti- nado en el patio principal y no hubiera posibilidad de res~ tablecer el orden roto. ¡El! ¡Hermann Scheninger! ¡Y van a ejecutardo! Yo también aquella noche. . . . Pero ¿qué me importa todo esto? Afortunadamente no me ha reconocido. ¿Qué me hubiera propuesto si?. . . . . ¡Mañana van a ejecutarlo! Y yo.... Qué extraña suena su voz. Se acordaba del ape- llido Meri11ac. ¿Es éste, aquél? Se puso a releer la hoja de inscripción de Hermann Scheninger. "Nacionalidad: alemán. Profesión u oficio: me- cánico electricista".

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