Playas de vidas: novelas cortas

216 Rosa Arciniega ger-, como media hora antes había cotejado la efigie .de su recuerdo con la estampa real del recluso 463. Pero tampoco ahora encontró parecido alguno M. de Merilla'C entre "aquella voz" y esta voz, entre aquel men- tal "yo me llamo Hermann Sclheninger" y est.e real "yo me llamo Hermann Sc:heninger" que acababa de escuchar. No obstante, miró profundamente a los ojos del presi- diario como si quisiera intuir detrás de ellos la sombra de una sorpresa delatora. -¿Me habrá reconocido él? ¿Le habrá "sonado" mi voz? La actitud de Hermann Scheninger, inmóvil. en me- dio de la . celda, era, sin embargo, de una absoluta indife- rencia, de una perfecta normalidad. Y M. de Merillac, tranquilizado pudo seguir escarbando en su curiosidad. Morosamente, sus ojos se detuvieron en aquel rostro apo- pléti:co en aquellos hombros asimétricos, en aquel volumi- noso cuerpo .... ¿Era éste rea1mente Hermann Scheninger·? Su interés le arrastró a seguir indagando. ¿Era él? ¿E- ra él? De pronto, le miró frente a frente. -Diga usted: ¿recuerda haber estado alguna vez en Aux-sur Marne? Scheninger titubeó un momento: -¿En Aux-sur Marne? Sí, señor; pero no podría decir- le exactamente la fecha. ¡He estado en tantos sitios! ... El pulso del director de la cárcel latía agitadamen- te. Sus labios estaban secos . .---<¿Y de un nombre .... , un tal. . . . De Merillac, se a- cuerda usted?

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