Playas de vidas: novelas cortas

Playa de Vidas 215 tes cuando el oficial de guardia, después de hacer girc~r la puerta metálica, le dijo: -Pase usted. Avanzó lentamente, sintiendo que una extraña opre- si9n le subía por la garganta, que un sudpr frí0< se exten- día por todo su cuerpo. -¿Y si me reconociera él? ¿Y si? No tuvo tiempo de hundirse en más reflexiones. Un hombre, cuyo rostro coincidía exactamente con el del re- trato que acababa de contemplar en su despacho, se puso en pie de un salto al verle, permaneciendo luego en acti- tud hostil aunque respetuosa. -¿Me habrá reconocido? No, creo que no. Y yo a él tampoco le reconozco. Pero ¿conocerá mi voz? .¿Me acor- daré yo de la suya? "No es fácil que volvamos a encon- trarnos en la vida después de esto. Pero por si acaso, yo me llamo Hermann Scheninger". ¡No era esta la frase que tantas veces había vuelto a oír, al recordar aquel dramático instante, en la quietud de sus noches sin sueño? M. de Merillac -lo mismo que en aquel lejano "instante"- le habló en alemán: -Buenas tardes. Habla usted con el director de la pri- sión. ¿Cuál es su nombre? -Yo me llamo Hermann S1oh.eninger. "Yo me llamo Hermann Scheninger". Simultánea- mente, M. de Merillac había pronunciado en su interior la frase oída durante el silencio de sus noches rememorati- vas, pasando a comparar en s·eguida una y otra -la de a- quel Hermann Scheninger, la d,e este Hermann Schenin-

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx