Playas de vidas: novelas cortas

Playa de Vidas 211 después de esto. Pero, por si acaso, yo me llamo . . . He r- mann Sicheninger". ¡ Hermann Scheninger! Saltaron sus ojos desde la inmensa lejanía del recuer- de hasta la notificación de la sentencia donde estaba e s- crito este nombre, pretendiendo establecer una similitu d entre ambos; pero, en lugar de encontrarse con unos sim - ples signos caligráficos, M. de MerÚlac tropezó con u n nombre personificado, con un rostro, con unos ojos de azu l intensidad, con el rostro y con los ojos azules de un He r- mann Scheninger sobre el que, desde luego, no había n pasado los veintiún años que separaban aquel recuerd o lejano de esta presente realidad. -Sí; es él -bisbiseó después de una pausa M. de Me· rillac-. Pero ¿no podría ocurrir que otro tuviese su mi s- mo nombre y apellido, que alguien hubiese usurpado s u nombre para? ... Pensó de pronto en lo sencillo que le sería efectuar una comprobación para salir de la duda con sólo descen - der hasta las galerías de los reclusos y penetrar en l a celda número 463; pero, ante tal idea, sintió una extraña resistencia interior, una parálisis espontánea de la volun • tad. -¿Y si fuera él? ¿Y si? ... Hizo un esfuerzo por serenarse, por obrar con aquella frígida serenidad que siempre le había acreditado com o el hombre insustituible en su peligrosa profesión de D i· rector de Prisiones. Descorrió el pestillo que había cerrad o momentos antes; se puso a pasear por el amplio despach o

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