Playas de vidas: novelas cortas

190 Rosa Arcinlega -Que lo espera. Horrible. Ya ven ustedes lo que son unas criaturas libres, unos personajes sin control. Actúan sin tino, sin cordura, sin medir el alcance de sus decisiones. Sólo tie- nen un señor a quien obedecer: su propio capricho. Bruscamente, Alberto se pone en pié, corre como loco por los pasillos, busca un número . . . Pero, en el momento de abrir la puerta de Gloria -¡hum!-, el hombre mundano lo sujeta por una de las solapas. Nuestro protagonista intenta abofetearlo; le es- cupe un insulto: -¿Quién te manda mezclarte en mis asuntos? Apár- tate de aquí. -¿Que me aparte? ¿A dónde vas? -No te importa. A buscar a Gloria, ¡a mi GLORIA! Yo necesito que sus besos coronen mi frente con laure- les de inmortalidad. Voy a pagarle en amor todo lo que la he hecho sufrir. ¿No sabes? Ella me quiere, me ha mos- trado altos senderos, soy ... -Sí; ya lo sé. Todo eso es verdad. Pero, por lo mismo, no debes entrar ahí. No intentes llegar a ella. La matarías en unos instantes. La matarías y ... después ¿qué te que- dará? Te prohibo abrir. -No puede prohibírmelo nadie. Ella es libre. Yo tam- bién. Yo también, sábelo, soy libre. No hay potencia hu- mana ni divina que pueda torcer nuestros destinos. (Libres. ¡Libres! ¡Qué hemos de hacer sino perdonar este pobre orgullo de nuestras criaturas!). -No entres, Alberto. No te acerques a Gloria. Un dfa

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx