Playas de vidas: novelas cortas

Playa de Vidas 187 Instintivamente, sus ojos se han disparado, vibrantes como una saeta, hacia la mesita de Alberto. Pero allí han encontrado los otros ojos fríos e imperturbables de su pru· dente consejero. Después, riendo escandalosamente-dema- siado escandalosamente para que otro que no fuese un ciego enamorado comprendiera la falsedad de su risa--, acepta las primeras galanterías y las primeras invitacio- nes. Ufanos, los conquistadores zumban en torno suyo. Pero, no descuidemos a nuestro protagonista. Nuestra visión exige ahora más simultaneidad. Embriagado por el alcohol de la sorpresa, Alberto no ha tenido todavía tiempo de reaccionar. Está aplanado, sobre el sillón de mimbre. Sonriente, el hombre mundano se vuelve hacia él: -Y bien, Alberto: ¿Puedes ratificarte ahora en tus palabras de hace un instante? Sigues creyendo que Gloria tt- prefiere entre todos? -Imbécil; vete de aquí. Imperturbable, sin descomponer el gesto reposado de su rostro, el amigo de Alberto se encamina hacia la borA da. Nuestro protagonista, en cambio, parece querer des- cargar· su tormenta colérica en la coctelera. Bebe ... , bebe ... , bebe. ¡Qué extraordinariamente brutales son los personajes cuando se olvidan de la presencia de sus creadores. Atención al otro lado: Gloria, escondiendo su íntima pesadumbre, baila, ríe, fuma, coquetea. (En su rostro ala- bastrino se ha cristalizado la melancolía de la noche).

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