Playas de vidas: novelas cortas

182 Rosa Arcbrlega -Alberto, quizá fuera mejor para los dos no volver a vernos más. Yo .. -¿Qué? Sigue ... -Alberto, no pretenda usted asesinarme en usted. -No; quiero que vivas, pero en mí, para mí. -¿En tí? ¿Para tí? ... ¡Ah, qué he dicho! (Observen ese gesto de estupor en el rostro de Gloria, esa sonrisa feliz en el de Alberto). -¿Qué has dicho? Algo que, para mí, es la revelación del fondo de tu alma. Ese "tú" incontenible es mi mejor promesa. (Pero reparen ustedes: la escena queda interrumpida de pronto. Sonriente, afable, el viejo amigo de nuestros protagonistas se acerca a la mesa de Alberto y Gloria. Paternalmente cariñoso, reconviene a ésta). -Pero, Gloria, por Dios, ¿qué locuras son estas? Us- ted no ha reparado en la hora . . . Ni, claro está, en el re- lente del amanecer. Es usted una chiquilla inconsciente. (Estudiemos el gesto de contrariedad en ambos. Glo- ria es la primera en rehacerse) . -Ah, sí, qué enormidad: son las tres de la madruga- da. Tengo que retirarme . . . (¿Han perdido ustedes ese detalle? ¿Esa fingida indi- ferencia con que alarga la mano a Alberto a la hora de despedirse? Muy interesante. También sus palabras pue- den ser significativas). -Alberto, adiós. Hasta mañana. (¿Y ese silencio de Alberto? ¿Y esas manos enlaza- das que no quisieran despegarse? Pero, atención: ahora .

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