Playas de vidas: novelas cortas

Playa de Vidas 177 (Una pausa, durante la que Alberto mira intensa- mente a su. nueva conocida). -Señorita, ¿puedo tomarme la libertad de invitar- le a? ... -¿A tomar una copa de champagne con usted? Ya lo creo. Encantada. Oh, perdón: le he dejado a usted sin a- siento, viejo amigo mío. (Veamos cómo, diplomáticamente, se adélanta a pre- parar el terreno el hombre mundano). -No; le prohibo que se mueva de ahí. Está usted muy bien. Eso, el haberse sentado usted en mi sillón es todo un símbolo. -Azaroso, ¿eh? -Bien azaroso; pero yo tengo por norma no violentar el azar. Así que me veo forzado a marcharme. Precisamen- te les debía un "pousse-café" a aquellas señoras . . . Has- ta luego. (Enorme, fantásticamente expeditivos estos persona- jes. Ya comprenderán ustedes que ningún novelista, por poeta que sea, se hubiera atrevido a hacer otro tanto, a conducir de esa manera tan acelerada las escenas. Pero ya han visto ustedes, señores del público, que son ellos, los personajes, los que están haciendo la novela y noso- tros tenemos que limitarnos a seguir sus caprichos . Podemos presumir ya que los acontecimientos van a pre- cipitarse vertiginosamente. Disculpemos esta premura en atención a la brevedad del viaje que realizan por la tie- rra. ¡Es tan corta la distancia entre puerto y puerto! ¡Y, más allá, no hay nada para muchas almas!).

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