Playas de vidas: novelas cortas

176 Rosa Arciniega. van a la acción sin pérdida de tiempo, encantados de que no haya un novelista tiránico que les imponga una lenti- tud determina~a en sus movimientos. ¡Qué bien se mane- jan sin frenos! Y no crean ustedes que piensan un sólo momento en nosotros: en sus creadores. No nos pedirán nunca consejo). Pero silencio; el hombre mundano y reposado se en- camina con ella hacia Alberto. Véanlo: carraspea, tose, se revuelve· inquieto en el asiento ... Se alisa el cabello, es- tira su frac, prepara la mano para un saludo próximo . Nuestro viejo personaje hace las presentaciones: -Señorita: mi amigo Alberto tenía unos deseos locos de conocerla. Es decir; de hablar con usted. (Estremecido, Alberto se pone en pie. Su palidez al- canza ahora un grado pleno de intensidad. Su voz es un trémolo de órgano) . -Oh, señorita. .. -¿De veras tenía usted tantos deseos de hablar con- migo? -Sí ... aunque, en verdad, mi amigo exagera. Me hubiera contentado con verla ... -Muy bien; ahora resulto yo el culpable. ¡Ah, terrible inconveniencia la de hacer favores! Diga usted, señoritr., que miente. E staba frenético por esta presentación. Lo . que sucede es que Alberto es tan pasional como tímido. P rimero que decidirse a hablarle, se hubiera pasado toda la vida adorándola en silencio. -¡Ja, ja, ja,! ¡Qué gracioso!

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