Playas de vidas: novelas cortas

174 Rosa Arciniega paisaje nocturno tan ... meloso y ridículamente román- tico no le ha ce a usted bien. -Acepto. (Qué entretenido resulta seguir el libre juego de los personajes novelescos, señores del público. Sobre todo, cuando se comportan y hablan de un modo semejante a nosotros, a sus creadores). Pero sigamos -con la vista nada más; nosotros, des- de la nube diáfana de nuestro Olimpo, lo vemos todo sin movernos- a nuestr os personajes. Alberto y su amigo se han sentado frente a una mesita artísticamente ilumina- d?. por una pantalla carmesí. El camarero les sirve una botella de champagne sumergida en un cubo de hielo co- mo para calmar su alta fiebre abrasadora. Los dos senos invertidos de las copas, finas y delicadas, estilizan en el espíritu la idea del placer. El humo de los cigarrillos egip- cios puede ser muy bien el incienso pagano ofrendado a la noche sobre los altares del Hastío. Pero fíjense: Alberto se revuelve inquieto en su a- siento. Quisiera verla a ella totalmente, sin esos eclipses parciales producidos por la interposición de los bailarines en sus Evoluciones. Ver, sobre todo, su rostro, sus ojos ... Cambió de sitio. Ahora la vé perfectamente. A una distancia quizás excesiva. Pero no importa. Escuchen ustedes cómo, displicentemente, nuestro personaje inicia una conversación interesada. -Beba, Alberto. Está usted muy distraído esta no- che. Pero ¿a quién mira usted tanto?

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