Playas de vidas: novelas cortas

Playa de Vidas 169 ¿A esa mujer marmórea, enfermiza, casi irreal, pero in- creíblemente bella a la que todos los hombres ofrendan Ja ostentosa canastilla de sus reiteradas galanterías? Sí, es a ella. ¡Qué iluso! o ¡qué audaz! De fijo está idealizán- dola, buscando en ella el misterio que lleva dentro de sí mismo. Pero, silencio. Va a hablar. Escuchémosle. -Sí, acaso ella . . . Este infinito anhelo mío de un algo superior, de una ilusión única ... ¿No podría ser ella mi finalidad, el arranque y la meta de mi vida? Pero ¿quién es? ¿Qué es? De todos modos ¡qué importa! Amar- la ... Amar. Eso si me estará permitido siempre. Seguirla a través del mundo, adorándola .en silencio, sin esperan- zas, como se adora y se sigue a una quimera. (Agucemos el oído. Habla tan quedamente que apenas si podemos oírle). ¡Una quimera! Quizá la que durante treinta y dos años anduve buscado a lo largo de todos los caminos del mundo. ¡Mi ilusión! ¡Cómo querría darte un nombre para componer un portentoso y bello poema musical con las no- tas de sus letras!! ¡Quién sabe si ofrendándote la vida que- rrías mirarme, hermosa quimera de mujer! . Son los primeros balbuceos, los primeros síntomas reactivos de su vacunación. Dejémosle desenvolverse con absoluta amplitud de acción. Le hemos conferido el inapreciable dón del libre albedrío y no podemos intervenir en su vida. Pero atención: ella se acerca, pasa junto a él; le mi- ra. Por un segundo, se cruzan sus miradas . . . Alberto enajenado, quiere avanzar pero no se mueve. Quiere ha-

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