Playas de vidas: novelas cortas

166 Rosa Arciniega Son los posibles senderos de todas las vidas posibles. Pues bien: por cualquiera de ellos, puedo lanzarle a usted. Aho- ra he inyectado en su organismo virus activo de amor y vivirá usted una vida de amor. Libremente. Mi trabajo es- tá concluído. Ya sólo me resta ponerle a usted en situa- ción, transportarle a un escenario apropiado. Miren ustedes ese gesto de desconcierto, de terror, de incertidumbre, de pequeñez, transparentado en su ros- tro. ¡Qué humanamente ridículos resultan los muñecos de los personajes frente a la serenidad de un creador y de un Olimpo de superespectadores! Clama Alberto: -¿Y una vez allí, en mi escenario? -Eso ya es cosa de usted. Yo no quiero ni puedo in- tervenir en su actuación, aunque, eso sí, tenga que vigi- larle a todas horas. La novelista, una vez vitalizados sus personajes, se inhibe de la acción. Se limita a ser espec- tadora de sus propios personajes. Ya ve; yo, por interve- nir lo menos posible en su vida futura, ni he creado si- quiera a los demás. Le dejo a usted amplia libertad para buscar los que mejor le convengan. Es usted absoluta- mente libre. ¿Conformes? -Conformes. -Pues ¡a vivir! Su nueva vida, Alberto, empieza so- bre la cubierta de uno de esos transatlánticos en los que usted tanto viaja. Y bien, señores del público: nuestro trabajo de mani- pulación novelística ha terminado. Desde este momento, paso a confundirme con ustedes. Todos juntos, vamos a

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