Playas de vidas: novelas cortas

Playa de Vidas 165 hablar así. Pero una sonrisa podría herir trágicamente el .amor propio de nuestro personaje). -¿No ha amado usted nunca, Alberto? -No sé qué contestarle. Si me pregunta usted por ese amor vulgar, sin complicaciones, que es común a to- dos los hombres, sí; he amado. Pero si me pregunta usted por el otro, por ese sublimemente idealizado amor al que muy escasos ser€s pueden llegar, no; no he amado. -¿Quisiera ser usted alguno de esos seres privilegia- dos? -Sí. -Perfectamente, pero debo advertirle que el amor no es quizá sólo lo que usted se figura: placer, íntima ale- gría, posesión ... El amor es sufrimiento, "pasión"; a ve- ces, la más cruenta "pasión", el más torturante de los cas- tigos. -No importa, sufriré. (Señores ... ¡Eureka! La vacuna de nuestra frase simbólica ha prendido rabiosamente en este organismo. Vamos a iniciar el gran experimento. Atención). -Bien, Alberto. Pues entonces, puesto que usted lo c1uiere, yo puedo hacerle vivir una extraordinaria vida pasional, puedo crearle por lo menos, una vida a capricho. -¿Usted? -Si, claro, yo. Yo, que, respecto de usted, soy algo así como un Destino o como un Dios. Mire usted ahí, de frente. Ve usted una apretada red de caminos: tortuosos · unos, rectilíneos otros, empinados aquellos, suaves y lisos los de más allá, muchos trillados, algunos inéditos ....

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