Playas de vidas: novelas cortas

164 Rosa Arciniega Pero tomemos la inyección. Un poco de alcohol para apartar a un lado la entrometida chusma microbiana ... Ya está. Un profundo quejido. Un gesto de dolor, en el rostro de Alberto. Ahora, lentamente, la inyección de nuestro virus • • • Fíjense ·ustedes; después de un pequeño sopor, Alber- to reacciona, se transfigura. Nuestro personaje es ya un personaje vital, humanamente idealizado. En el Alberto de ahora ya nada queda del Alberto de antes. Todo lo que en él había hasta hace un momento de hombre vulgar, de simplón espíritu burgués, se ha borra- do. Vamos a comprobarlo preguntándole a él mismo. -Y, qué, Alberto: ¿persiste usted en la idea de que la noche en que yo le vi sobre cubierta sólo buscaba usted un alivio para sus males? (Sonríe satisfecho, orgulloso). -No, no había tal dolor de cabeza. Salí, en efecto, a le que usted supone: "a patinar sobre la pista opalescente del mar", "a columpiarme en bs luceros" ... , a soñar, en una palabra. No quería decirlo, ·pero sí: yo soy un eterno perseguidor de quimeras. Mejor dicho: de una quimera: de la quimera Amor. (Aunque estemos en el secreto, ruego al público que no se ría. Es la reacción de nuestro virus lo que le hace

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