Playas de vidas: novelas cortas

162 Rosa Arciniega mía, que pueden coexistir dos verdades respecto de una misma cosa? Diga usted mejor: "vamos a crear una men- tjra". -Sí, una mentira; como usted quiera. ¡Qué más ·da! Pero, no es bello imaginar una mentira? Yo paso la vida feliz imaginando mentiras que, para mí, son poéticas ver- dades. Verdades, sí; no ponga usted esa cara. -Eso es imposible, es absurdo. -Nada de eso. Vea usted su caso. Usted ha salido a cubierta a las dos de la madrugada porque le duele la ca- beza. Esa es una verdad: la suya. Yo estoy tras el aro de un salvavidas fumando en lentas chupaµas el opio de la noche. Le veo a usted con mis ojos. -¡Con mis ojos, eh!- Usted es para mí un hombre interesante, novelísti- co, que sale a soñar. Me lo figuro a usted un gran desen- gañado, un gran escépUco . . . Esta es otra verdad: la mía. Ya vé: yo así lo enterré a usted en los calabozos de mi subconsciencia y así vuelve a surgir ahora. -Falsamente, ficticiamente. -Desde su punto de vista. Pero, en fin, no discutamos más. Tenga usted en cuenta, Alberto, que, por un atrevi- miento mío, la gestación de esta novela es al aire libre; el público nos está escuchando. -Por eso mismo; yo quiero hacer uso de mis dere- chos de libertad antes de ser personaje; decirle al público quién soy auténticamente. Después ... , después allá us- ted con su responsabilidad. -Bien, yo cargaré c.:m ella. Lo interesante es que us-

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