Playas de vidas: novelas cortas

146 Rosa Arciniega la ciudad. Nosotras, resortes, engranajes, microcosmos de este gran macrocosmos. Nosotras, partículas, moléculas, electrones, nada. Nada y todo. Nada, por nosotras mismas. Todo, como eslabones acordes de la cadena total. Frente a mí, una roja lucecita encendida; es que allá, a lo lejos, en la periferia del Gran Cuerpo, una excitación hizo vibrar un músculo; el músculo repercute en mí, su célula de enlace; yo le doy camino expedito por entre es- ta red de caminos entrecruzados. Ahora, otras células se encargarán de recoger su mensaje, de interpretarlo, de darle una finalidad ... La lamparita cambió bruscamente de color. Rojo. Es que el músculo externo ha dejado de vibrar. Ha termina- do su labor personal. Y yo, célula de enlace, -contacto, puente- cumpliendo mi ínfima misión, dentro de este gran macrocosmos, extraigo la clavija de su celdilla, des- hago el contacto ya inútil. Otro conducto libre; otro cami- no despejado para el primer nervio que lo solicite. Ya está aquí. -¿Ese 1-4--8--0, señorita? -Hablen. ¿A qué fuerte urgencia exterior obedecería esa llama- da presurosa? ¿Una jugada de Bolsa? ¿Una muerte? ¿Fna desgracia? ¿Una sacudida amorosa? ¿Un dolor? ¿Una ale- gría? ¡Qué importa! ¿Qué puede importarte a tí, sencilln punto de acople, cuyo radio de acción . queda delimitado por este panal de celdillas numeradas, por estas clavijas, por estas lamparitas en incesante parpadeo?

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