Playas de vidas: novelas cortas

Playa de Vidas 137 quidos del fusil horadaban las ligeras cesuras que aque- Has permitían al silencio. Sudoroso, pastosa la voz y centellante la mirada, el capitán Stark recorría de una en una todas las defensas del fortín. -¡Fuego¡ !Fuego, soldados de Inglaterra! Al pasar por una de las aspilleras, el servidor de una de las ametralladoras saltó de su sillín como un muñeco trágico, atravesado el cráneo por una bala, y un chorro de s&ngre hirviente salpicó el rostro y el uniforme del capi- tán. -¡Fuego, soldados de Inglaterra! Extraños silencios intermitentes indicaban nuevas ba- jas en las diversas defensas. Los fuegos fatuos de la fal- da de la colina, aunque apagados a ratos, seguían ascen- diendo metódicamente; irrechazables, misteriosos, como si fuesen, en efecto, solamente fuegos inconsistentes en los que las ametralladoras no pudiesen hincar sus terribles mandíbulas. A media noche, el teniente Harrison se acercó al ca- pitán Stark. -Capitán, quedan disponibles treinta y siete hom- bres. -¡Treinta y siete! Ordene usted reforzar el fuego y ... Un lamento agudo, surgido de la torreta principal del fortín yuguló en el aire su última frase. Era otro de los servidores de la ametralladora, que acababa de caer. A las dos y media de la madrugada, las dos ametra-

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