Playas de vidas: novelas cortas

Playa de Vidas 131 A las diez en punto de la noche, el teniente Harrison llegaba a la residencia del capitán Stark. Le recibió en la puerta el mismo dueño de la casa, conduciéndole segui- damente a un confortable saloncito donde, sentada ante una taza de cáfé, hojeaba varias revistas recién llegadas de Londres, Mistres Stark, su elegante y bella señora. Visiblemente sobresaltada, ésta se puso en pie al en- contrarse de improviso frente al teniente Harrison. Y el propio teniente, inmóvil por un instante en medio de la estancia, no logró borrar tampoco por completo de su ros- tro el fugaz relámpago de una turbación. El capitán Stark, por el contrario, aparecía tan sereno como lo había estado por la mañana en el despacho mili· tar. -Lady Astaire -dijo, situándose entre los dos-, per- dón; había olvidado anunciarte la visita del teniente Ha- rrison. Y viendo que ninguno de ellos alargaba la mano para saludarse-: Pero.. .· . Pero ustedes se conocen ya, ¿verdad? Sí; recuerdo ahora perfectamenta el día que les presenté ... Fué aquella tarde en que ... ¿Lo recuerdan? Claro que aquel día yo dije: "teniente Harrison: tengo el gusto de presentarle a mi esposa, Mrs Stark"; ¡Mrs Stark! Y no lady Astaire como acabo de decir esta noche. Pero hay veces que es agradable y, sobre todo, oportuno recor- dar e~ auténtico apellido de la propia mujer ¿no es cier- to? Bueno; tomemos una tacita de café. Puedo asegurar- les que es delicioso . . . Demudada, Lady Astor intentó llevarse la taza a la boca. El teniente Harrison, con absoluto dominio de sf

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