Playas de vidas: novelas cortas

Playa de Vidas 127 luego, un mal ejemplo para nuestros soldados. Pero la pu- blicidad de un enjuiciamiento militar sobre este asunto sería mucho peor, ¿no lo creen ustedes? Para los efectos, aquel hombre -que si no era del país, por lo menos iba vestido a la usanza indígena- y contra el que disparó el teniente Harrison su revólver con el decidido ánimo de matarlo, bien pudo ser -y probablemente lo era- un la~ dr6n vulgar que no tuvo tiempo de consumar sus desig- njos. No habrá, pues, formación de causa, teniente Harri- Sún. Su hoja de servicios está absolutamente limpia; tiene usted una brillante carrera militar, y limpia y brillante debe conservarla usted toda la vida. ¿No lo creen ustedes así? Pero de todos modos, yo, como inmediato superior, voy a imponerle una corrección: queda usted arrestado aquí hasta nueva orden. -Y volviéndose hacia los tenien- tes Benn y Reading-: pueden ustedes retirarse. • • • El capitán Stark, reposado y tranquilo, se puso a re- volver papeles en el fondo de uno de los cajones de la me- sita a la que estaba sentado. El teniente Harrison miraba, displicentemente también, por la ventana lateral de la ca- sjta de tablas, convertida en oficinas militares. La voz gangosa del gramófono había cesado ya, pero la melopea salvaje -o ultracivilizada- con que el encan- tador de serpientes hipnotizaba a sus cobras seguía acom- pasándose invariablemente al hervor misterioso de la jun-

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