Playas de vidas: novelas cortas

126 Rosa Arciniega -Respóndame, teniente: Disparando usted en plena noche es lógico que supusiera que, con ello, iba a produ- cir un gran escándalo. ¿No tenía usted precisamente un enorme interés en todo lo contrario, esto es: en que nadie supiera que salía a aquellas horas de su casa y, sobre to- do, en que nadie se enterara de quién era la mujer que iba con usted . . . a las once de la noche? -Sí, así era. Pero.... , capitán 'Stark, creo un deber recordarle que, por lo que toca a mi aeclaraci6n, mi fal- ta... puramente militar, de anoche está lo suficientemente aclarada ya. He dicho todo lo que podía decir y, desde luego, no diré nunca una sola palabra más sobre este asunto. ¡Nunca! -¿Está usted seguro, teniente, de que "nunca" dirá usted una sola palabra sobre este asunto? -Absolutamente seguro. El capitán Stark se volvió, entonces, sonriendo enig· máticamente hacia los tenientes Benn y Reading como si quisiera cerciorarse, una vez más, de que en sus rostros aniñados, no existía la brizna siquiera de una sospecha acerca del intenso drama soterrado que se estaba desarro- lJando en su presencia. Luego, pidió al sargento Peterson las gruesas hojas de papel donde constaba lo actuado y le hizo señas de que se fuese. -Realmente -comentó en voz alta mientras rompía aquellas hojas con toda serenidad- la falta en si es una falta demasiado leve para concederle una trascendencia mayor. Un pequeño escándalo nocturno ... , una trans- gresión de las ordenazas ... que podría constituir, desde ''·

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