Playas de vidas: novelas cortas

118 Rosa Arclniega culo hostil que me rodea. Cuando más, un nuevo despojo del almanaque, un suceso, una anécdota. No así dentro de esta área reducida de mi nido calien- te. Inquietud de ayer que fue tortura de hoy; zozobra de hoy que será desesperación inaudita mañana. No así aquí, junto a _una cuna sobre la que un dedo infrahumanamen- te riguroso ha escrito las palabras del terrible "mane, thecel, phares" moderno: "Desocupación. Desahucio. Ham- bre". No así cuando, fr.ente a la metafísica palabra "imposi- ble' ', se toma el postrer material objeto -reliquia del ce-razón que valdría más que una vida- y, tambaleante, se sale a la calle, a mendigar por él una limosna. ¡La más amarga limosna de todas! -¿Sale usted a la calle? -Sí; volveré pronto. -¿Y cuándo me pagará usted el alquiler atrasadísimo de la pensión? Ya sabe que no puedo esperar más. -Sí, mañana. Mañana es posible que pueda pagarle. Mientras vuelvo, ¿quiere usted cuidar del niño si se des- pierta? -Cuidaré. La calle. Calles de la ciudad. Desiertos de cemento mucho más desolados que los auténticos desiertos. Sin gru- pitos de palmeras aquí o allá, sin oasis, sin hontanar al· guno escondido. Y yo, por ellas. Yo, nada; yo, un cero más, situado a la izquierda de la gran cifra positiva; yo, al margen.

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