Playas de vidas: novelas cortas

116 Rosa Arciniega No con este intenso dolor de la medula del alma; no con esta hórrida desesperación que hay en mi noche. No así, Señor, no así. Dolor físico, dolor biológico, dolor natural. Pero si· multánea alegría, plácido sentimiento, serena quietud. ¡Mas esta tortura del alma! ¡Esta inmensa cadena de penalidades, cuya última argolla es el último minuto que pasa! ... Días crueles; días aciagos lóbrega celda de una fría Casa de Maternidad; solitarias soledades: cómo quisiera bo· rraros, eliminaros de la negra pizarra de mi memoria. ¡Ah, quién os pudiera suprimir de mis mazmorras interiores! Pero estáis grabados a fuego en algo que late aún más hondo que mi propio subconsciente, aún más subte- rráneo que mi propia alma; tal vez en la última célula de donde arranca la intimidad del propio sér. ¿Y pudieron no tener mis manos suplicantes otra ma- no, siquiera amiga, a la que aferrarse en aquella hora su- prema? ¿Y pudieron no tener mis ojos el punto de apoyo de otros ojos, siquiera piadosos, · en el ápice de aquel ins- tante? He transitado sola por entre las quebradas de ese abismo ¿y no he muerto? ¿Sola? No; ya no. ¡Te tengo a tí, nueva vida brotada de mi vida muerta; a tí. futuro y único eje de mi existen- cia. Sin tí -Inocencia, Sonrisa, Debilidad yacentes en una cuna- mi tránsito hubiera sido imposible. Sin tu apo- yo -el que yo pongo en tí, el que tú necesitas de mí- mi calvario sería insoportable. Calvario de soledades, de ausencias, de ásperas miserias materiales. Pero tú, pobre

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx