Playas de vidas: novelas cortas

l'laya de Vidas 113 -¿Cuántas inserciones quiere usted poner? -Dos. -¿Alternas? -Sí, señorita. -¿Y usted? -Una para mañana. En "Varios". Y así, hasta el infinito. Horas . , horas . . . , ho- ras . . . Lentas, como la evolución de la materia; quietas, como un atardecer en las lagunas de los trópicos; iguales, como los ciclos seculares. Las mismas preguntas; idénti· cas respuestas. La misma frialdad ante estas papeletas de cambio de mi Lonj~ de Tragedias, renovadas cada día. Pero, de pronto al salir, el anuncio inesperado -qui- zá demasiado esperado-, el fatídico: "Señorita, le llama el jefe de la Sección a su despacho". ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Qué tiene que ver mi secreto con la marcha normal de esta oficina? ¿Qué el dolor, que es sólo niío, con unas cuentas de caja? ¡Oh, dejadme ve- nir aquí ahora que tanto lo necesito. Yo acudiré a mi ven- tanilla hasta que no pueda más, arrastrándome, acallando mis dolencias físicas, retorciéndome sobre rr)l dolor! . . . Serán unos días nada más los C!_Ue falte. Pocos. Los que me obligue a pagar como tributo la propia Naturaleza, los suficientes nada más para ... Esta es mi primera reacción, el primer brote de una rebeldía que quisiera ser heroica, pero que sólo resulta débilmente maternal. Después ... , nada. Apenas soy un guiñapo, un moderno muñeco, de piernas y brazos desar-

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