Playas de vidas: novelas cortas

110 Rosa Arcinlega ¿Aprenhendido ya el menudo hilillo de un indicio? ("Cree el criminal que todos leen el crimen en su frente"). Cierro la puerta tras de mí. Me despojo, luego, de estas opresoras ligaduras, martirizadores cilicios que encorsetan y maceran mi carne. Me desplomo en la cama. Quisiera dormir. Dormirme sobre el borde de la hen- didura de mi abismo, sobre el manojo de serpientes de mis cuitas angustiosas pero no puedo. La noche, "melan- · cólica acompañante de todos los de_sgraciados", entra de puntillas como un tul de ensueño por el exiguo cuadrilá- tero de mi ventana abierta. Me inunda su fresco aliento, perfumado con esencias de acacias, con esencias de mú- sicas lejanas, con esencias de cascabeleras verbenas . . . ¿Acaso también con la pura -y honda- esencia de un recuerdo próximo? ¡Aires, hoy dolorosos, de poemas vie- jos y olvidados que venís a representarme tristes estados de alma! "Por ese cielo estrellado que entre las rejas se vé".... Por ese cielo estrellado que por mis rejas se vé vuela, con vuelos innumerables, mi sentimiento. Sin rutas fijas, sin frenos, en libertad. (¿Cómo volarán los espíritus cuando ya no sean más que fluido puro, sin cósmicas ligaduras? ¿Có- mo vuelan esos acordes lejanos en blando vuelo por el éter? Pero, entonces, ¿por qué esta congoja indecible? ¿Por qué este callado llanto? ¿Por qué esta goteante melanco- lía, tan profunda y tan sutil, tan amarga y tan sedante? ¡Estrellas! ¡¡Estrellas!!: os estoy viendo ahora, bri- llantes y difusas, a través de los cristales líquidos de mis

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