Playas de vidas: novelas cortas

l08 Rosa Arciniega Lejos ya de todo el tráfago, triturador de emociones, del trabajo; ausente ya todo el sueño imaginado en otro tiem- po, que quizá podría ser a estas horas bendita realidad; presente, en cambio, esta cruda hiperrealidad que debería ser un sueño imaginado. Sueño de novela vieja. Sueño de cinema. Film que, por parecerse a tantos, ningún opera- dor se atrevería a recoger en su cámara. Ninguno. ¡Ni él mismo! ¡Ni El! Aquel, de cuya sangre, llevo un gérmen en le; mía. Unica protagonista y espectadora de este drama, ya hecho carne en mis entrañas, yo sola habré de represen- tc::rlo en silencio; yo sola tendré que preparar, una a una, sus escenas; yo tendré que darle · un suave o violento de- senlace. Y la Vida conmigo. Y los días; estos días con Ion- guras infinitas de eternidad que, con galope de vértigo desde hace sin embargo, galopan meses sobre el hecho irremediable, dejando impresas cada uno sus huellas fí- sicas en mi organismo. Huellas, labores lentas de germina- ción que sólo alguien podría detener: la Muerte. ¡Secreto de mi corazón -y de mis entrañas- que únicamente en un sagrario podría caber: en el de una Tumba! ¡Tumba; cómo me llama hacia tí ese menudo frasqui- to, puesto al alcance de mi mano, que guarda la llave de- finitiva de todas las prisiones humanas! Pero ¿por qué? ¿Contra quién? ¿Y ahora? ¿Puedo, en justicia de conciencias, enterrar dos vidas y dos secretos dentro de un mismo sepulcro? ¡Y, sin embargo, Muerte, eres tan clemente! ¡Son tan

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