Playas de vidas: novelas cortas

104 Rosa Arciniega hacerle perder lo más precioso para él: el tiempo, alegan- do que no tengo cambios, pero me contengo. Sería capaz de hacer llegar sus gritos energuménicos hasta la mesa del Administrador del periódico y costarme una reprimen- da. No; le cambiaré su billete en monedas sencillas. ¿Cuá- les? Acaso entre ellas, esas anónimas que, hace unos mi- nutos, cayeron, silenciosamente rebeldes, e;n mi caja-re- gistradora, insensi~ilizadas y sin alma. Monedas proceden- tes de la oscura tragedia de un "sin trabajo" que quizá ahora, en su bolsillo, se conviertan en alegre frivolidad. -Tome usted: 3,25. -Gracias. Adiós. -Otro, tenga la bondad. -Una inserción de este anuncio en la sección de "Va- rios". Para mañana. También a ésta puedo catalogarla, aún antes de leer su anuncio. Me basta con haberle oído solicitar sección sin esperar mis preguntas. Asidua parroquiana de esta "Ventanilla, conoce ya perfectamente su oJ:>ligación y las costumbres. "Señorita joven, bonit~, desea protección ca- ballero" . . . (Etcétera). -Tres, cuatro, siete, diez palabras. 1,60. Otro. Pero ya apenas si puedo distraer mi imaginación en estas rápidas catalogaciones subjetivas de mis clientes invariables. Hace ya algunas horas que cerró el día sus a.ccesos a todas las posibilidades comerciales, y a mi ven- tanilla del periódico, a esta Lonja de Tragedias, empiezan a acudir en masa los compradores de puestos de un mer- cado ilusorio.

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