Playas de vidas: novelas cortas

Playa de Vidas 103 lcnja de tragedias con el aire resuelto del dominador de -voluntades. Y, naturalmente, las voluntades se doblega- rán ante sus deseos vehementes. Ni inquietudes que difi· culten sus operaciones bursátiles, ni tímidos gestos ante cualquier posible fracaso. Es el perfecto comerciante, el moderno hombre de negocios con conocimiento exacto de las posibilidades del mercado. Y enterado de las invaria- bles leyes que lo regulan: gran oferta, escasa demanda; abarrotados "stocks", pequeños pedidos. Fácil y barata adquisición. "Caballero formal protegería a señorita" . . . (Etcétera). Una, dos, tres, siete, nueve, doce palabras . -¿Qué sección del periódico desea usted? -La de "Varios": -1,75. (Mucho má~ barato de lo que cuesta un día de vida para otros). -¿Decía usted algo, señorita? -Nada; hablaba conmigo misma. -Ah, ya; cóbrese. Me arroja un billete con ademán de tahúr, al tiempo que intenta deslumbrarme con el brillo insolente del dia- mante de su mano. -¿No tiene usted moneda sencilla? -No; si la tuviese no le habría dado el billete. Retumban sus palabras como tiros de obús lanzados a corta distancia. Se revuelve, inquieto, ante el marco de mi ventanilla, como exigiéndome rapidez. Hombre de ne- gocios, se le vé acostumbrado a mandar imperativamente a sus secretarias y empleados . . . Me irrita su tono despectivo. Siento el impulso de

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