Playas de vidas: novelas cortas

76 Rosa Arciniega -Esa puede ser su opinión. Como ignora usted nues- tra idea ... -Bien; expóngamela usted. -Imposible. Entonces no intervendría usted en la acción espontáneamente. Conocería de antemano el de- sarrollo y carecería de interés para usted. Es preciso que la acción tenga un mínimo de farsa. Un previo ensayo la echarfa a perder. Resp6ndame a esta pregunta: ¿cuántos días piensa usted permanecer aquí? -Uno. Pasado mañana, al amanecer, zarpará mi bar- co hacia otras costas. -Perfectamente; nos basta con estas horas. Ahora dí· game: ¿tiene usted mañana por la noche algún quehacer urgente? -Dormir. -¡Dormir! ¿Y si en lugar de dormir aceptara usted un plan que vamos a proponerle? -¿Cuál? -Venir a una fiesta miliaunochesca que se celebrará en el castillo de esta aldea. Acaso no le satisfaga totalmen- te, pero en ella puede usted encontrarse con una rubia princesa que, de fijo, se enamorará de usted. De usted: príncipe de alta leyenda que pasea por el mundo sus nos- talgias de P.ombre galante en el móvil palacio de este yate lujosísimo . . . -Bromean ustedes, señores. Ni esto es un yate, ni yo soy su propietario, ni mucho menos paseo nostalgia al· guna por el mundo. En cuanto a que en el castillo de esta aldea exista una princesa . . .

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