Playas de vidas: novelas cortas

260 Rosa Arciniega Tarde de domingo. Toda la clara alegría matinal del paisaje, trocada en desmesurado bostezo de aburrimiento. Silencio; sopor de siesta; soledad en el contorno. Laura quisiera intentar una fuga al jardín. Impo- sible. Es la hora de la lectura en voz alta mientras Vic- toria teje. ¿Qué lee? No lo sabe. No lo entiende. No ve más que ojos... , ojos... , los ojos del desconocido que cobran vida en las páginas. Son tantos como las síla!bas, tantos como las letras. De pronto, Victoria interrumpe la lectura y sale un instante. Laura aprovechando esta ausencia salta, veloz, a la ventana. Sí; allí continúa. . . . (La sangre golpea en sus sienes). Pero siente pasos. . . . Rápidamente se retira. ¡A tiempo! Victoria acaba de entrar. Una seca pregunta a la que responde un tímido balbuceo: -Estaba buscando un alfiler que necesito. . . . No sé. Victoria, bajo una punzante sospecha, se acerca a la ventana; mira hacia la calle.. -¿Eh? ¿Quién? ¿Cómo? ¿Ignacio? ¡Si es Igna- cio! ¡Ignacio que ha vuelto! (La tísica flor de .su histeria comba su tallo, batido por un "shock" nervioso). -¡Ignacio! ¡Ignaci,~! Solloza este nombre con la angustia contenida en tantos a:ños de espera.

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