Playas de vidas: novelas cortas

226 Rosa Arclniega dadamente y ambos, con un impulso instintivo, incrusta- ron sus rostros en la tierra enfangada. -Adiós. -Adiós. Al llegar aquí, De Merillac con la cara desencajada, se limpió el sudor de la frente y guardó una honda pausa. Luego dijo: -A esite hombre, Arlette, es a quien el Director de la Cárcel Central ha puesto en libertad cuando iba a mo- rir, jugándose su carrera, su nombre, casi su vida y, se- gún parece _.y esa es la verdadera mueI"<te para mi- hasta la felicidad de seguir poseyendo tu amor.

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