Mi Manuel
- 85 - que, después del Ministro de Dios, ella pisaba a su vez con su pie diminuto. Parecía creer que fuesen solo a ella, a su perso- na, esos honores, ese rendimiento, tal era la satisfacción que reflejaba su semblante embellecido por esa ilusión. Desde el principio del año al regresar al colegio, había te- nido que buscar nuevas amistades al no estar ya mi amiga pre- ferida. Escogí entre las de mis mayores simpatías y me junté con María Rosa Monasí, Zoila Soto y Mercedes Buenaño; todas ellas tenían hermanas que se unían también a nosotros, volvién- dose numeroso nuestro grupo para comentar y discutir los acontecimientos. Estos seguían muy malos, según daban cuenta los periódi- cos, temiendo desembarcase de repente el enemigo a tomar por asalto la capital. El "ya vienen los chilenos" ... era el estribillo en boca de todos y sabidas sus consecuencias, al leer los horro- res que cometían en los lugares pequeños, al entrar vencedores. En la madrugada del 29 de junio, dormíamos aún tranqui- lamente en nuestras "blancas camas" cuando fuimos desperta- das sorpresivamente por unas llamadas angustio·sas y suplican- tes: -"¡Niñas! ... ¡levántense! ... decía la voz ahogada y acon- gojada -"Pronto levántense repetía ¡allí están los chilenos! pónganse los zapatos y los abrigos y corran a la iglesia a refu- giarse". . . La voz se hacía cada vez más trémula y a medida que la madre Alodia, pues era ella, .recorría las hileras de ca- mas, palmeando las manos, uniendo el ruido al ruego para des- pertarnos. Al fin nos incorporamos en la cama sin comprender toda.vía de lo que se trataba, semi-despiertas nos mirábamos aturdidas; al recuperar el sentido de la realidad, él de la conservación se despertó también en nosotras: En efecto, oíamos fuertes detona- ciones, seguidas de silbidos cada vez más repetidos y amena- zantes. Ligero emprendimos el escape. Yo en lugar de seguir el prudente consejo de la madre, pues hacía mucho frío, tomé mis zapatos en la mano, mi abrigo bajo el brazo y así descalza y en camisa, bajé las escaleras y corrí hacia la iglesia. Eran las cin- co de la mañana: las madres todas reunidas en la iglesia, can- taban en coro lo:s "maitines". Así en camisa me presenté en medio de ellas como una vi- sión: Les causé espanto. Vinieron varias a contenerme creyén- dome loca. -"¡Allí están los chilenos!" decía yo con insisten- cia, repitiendo las mismas palabras de la madre Alodia. ¡No es-
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