Mi Manuel

- 83 - tusiasmo a la resistencia; pero no se improvisa un ejército en un día, ni con sólo buena voluntad ... En mis visitas a la calle de la Merced, Margarita me contaba haber abandona.do la hacienda su tío Manuel para venirse a enrolar en la reserva. Como el arte de la guerra también se per- fecciona con los libros, él había encargado a Europa y los estu- diaba con empeño. Ahora sólo "le cliquetis des armes" resona- ban en sus oídos en lugar de las armoniosas rimas de sus poe- tas favoritos. Todo Lima se había vuelto un campamento donde venían a reunirse los indios reclutados en la sierra para formar bata- llones; arrastrando el paso, cansados antes de haber llegado, daba lástima verlos pasar seguidos de sus pobres "rabonas" tan inconscientes como ellos que fielmente los seguían hacia el mata- dero. Las gentes de Lima compadecidas, los animaban hablán- doles: -¿A qué has venido? les preguntaban, -"A matar chi- leno, animal grandazo con sus botas" ... contestaban ingenua- mente en su ignorancia de 1 saber contra quien iban a batirse. Sin embargo, rápido pasaba el tiempo impasible como siempre ante nuestra felicidad o desgracia. . . Volví al colegio, sola esa vez, sin mi querida compañera; pero ya aclimatada al ambiente, formando parte del medio, encariñada con su buena o mala fortuna. Muy pocas niñas vinieron ese año al colegio no \sólo de provincias sino del mismo Lima sin quererse separar de los seres queridos, en el momento del peligro que todos pre- sagiaban. Mi papá por el contrario, prefirió que yo regresara al colegio, creyéndome más protegida en medio de las madres y sobre todo más libres ellos dos, en espera de los aconteci- mientos. Sólo tres alumnas éramos las de la segunda división ese año: Estefanía González, Ester Bielich y yo. Todo el "clan" chi- leno había desaparecido: las Irrarázabal y sus primas hermanas las Casanuevas, la Godoy y unas cuantas chicas más. Era un gran bien, pues resultaba muy difícil disimular ante ellas nues- tras impresiones de a cada rato buenas o adversas, según las circunstancias. Verdad que muchas no disimulaban nada y duramente les hacían sentir su rencor. Yo en eso era muy compasiva, sabien- do por experiencia propia la crueldad de esas luchas de nacio-

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