Mi Manuel
- 82 - en verso de Casimir Delavigne: "Marie Stuart". Todos los años acostumbraban representar comedia ese día y con anticipación nos la hacían preparar; pero ese año, preocupadas por las gra- ves circunstancias políticas, sólo a última hora habían decidido las ma.dre~ hacerlo como de costumbre. A pesar de ser pesado el esfuerzo que me pedían, ni se. me ocurrió rehusarlo, comprendiendo las serias razones que habían motivado el atraso. Repartidos los papeles, todas empezamos a estudiarlos con mucho entusiasmo y luego siguieron los ensayos . Hasta mi pa- pá intervino en enseñarme a declamar y las madres lo convida- ron a la actuación. "Vendrás a aplaudirnos", le dije al presen- tarlo a varias compañeras, artistas también de la comedia, se- gura de que todas saldríamos bien en nuestros papeles. Yo hacía de Marie Stuart y en el último acto aparecía ves- tida de terciopelo negro con una gran cola; peinada y ataviada copiando un retrato de la infeliz reina; al verme así en el espejo, ni yo misma me reconocía. A lo último, antes de subir al cadal- so, cantaba los célebres: "Adieux de Marie Stuart a la France" y mis compañeras me dijeron haber estado "patética" ... Terminadas las últimas labores del año 1879, regresé a casa a descansar del "surmenage" de las últimas semanas ; todavía algo envanecida por mis triunfos teatrales y los aplaus os que me habían prodigado . No podía negarlos mi mismo papá, pues- to que los había presenciado. Margarita y yo nos habíamos separado con la promesa f or- mal de volvernos a ver y aunque ella no volvería al colegio, se- guiría nuestra buena amistad, sellada hasta por parentesco es- piritual. Pero ya no era la dulce tranquilidad de las. vacaciones pasa- das en que nuestro único afán era buscar cada día nuevas dis- tracciones . Acongojadas vivíamos todas baj o la amenaza e in- certidumbre de lo que podía suceder. Piérola había asumido el poder de un modo violento, aun- que sin encontrar gran resistencia . Una especie de atonía o con- formidad pagana había apagado la energía de los demás parti- dos por lo que no fuera combatir al enemigo nacional. Todos cedieron ante ese hombre que en su orgullo , se creyó capaz de defender y salvar a la Nación : grave error qu e desgraciadamen- te muy caro pagó después el Perú . Todos se preparaban con en-
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