Mi Manuel

- 76- con sus dos perros"; ambos se rieron y ella al escribirme me lo contó, pidiéndome que se los llevara. Creo que llamaba mucho la atención a las gentes de Lima no pareciéndoles "decente" y teniendo muy "a mal", que un~ niña anduviese con .dos perros. Cosas de la Lima de entonces pues en París es hasta tono tenerlos y a todas partes van 00 ~ ellos : a nadie escandaliza. Con Margarita nos escribíamos casi todos los días. A pesar de sus ruegos, no me gustaba ir a menudo a su casa, inspirán- dome cortedad la severidad del ambiente, su continuada tristeza ' como en los primeros días de duelo. Cuando por la noche iba a verlas, muy calladamente me hacían pasar al oratorio, hasta que terminasen de rezar. Allí la mamá Pepa rodeada de mis amigas, y en medio de una nu- merosa servidumbre, rezaba en alta voz el rosario. Sus hijas Cristina e Isabel embebidas de santidad, se .seguían saturando. El tío Francisco ya casado, hacía raras visitas a la casa; en cuan- to al tío Manuel, entregado a sus faenas en el campo, se remon- taba meses enteros. Hasta que una noche, extrañándome de esa continuada tris- teza, confidencialmente Margarita me contó que de nuevo todos habían sufrido una conmoción moral que los había herido en lo más profundo de su orgullo: Al abrir el testamen- to de don Domingo Mendoza, se habían enterado de un asunto que muchos sabían y casi sólo ellos ignoraban: "Dejaba varias hijas tenidas fuera del matrimonio" y llanamente lo decía, pues los muertos no temen ya represalias, y al dejar la tierra, poco les importa lo que digan después de ellos. Al oír esta decla- ración leída por el notario de la familia, don Manuel había caí- do desplomado de ira: ¡los nervios habían dominado la volun- tad del hombre! Los demás y aun la misma viuda sufrieron con más conformidad el ultraje, sin duda teniendo el consuelo de la religión que mitiga y adormece las pasiones humanas. Días después repuesto del choque, don Manuel regresó más huraño que nunca, a sus faenas agrícolas, alejándose del roce de esa sociedad a la que iba aborreciendo. Bastante me impresionó la triste relación que bajo aparen- te tranquilidad religiosa, seguía minando la felicidad de la fa- milia.

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