Mi Manuel
- 75 -- do completamente reacia a la voz con tono duro, de una monja peruana; mutuas antipatías sin duda. Un día durante un recreo, algunas nos escapamos para la huerta, al ver la puerta abierta. Por supuesto, sabíamos que era prohibido y era justamente el mejor aliciente para nosotras; ninguna tampoco se hacía escrúpulo en ir a robar guayabas y nísperos del Japón, que en ella abundaban. Nos pescó la madre Eufrasia que era la que nos cuidaba y nos ca;stigó, privándonos de salida al salón. el domingo siguiente. Llegado el día, perdo- nó a todas menos a mí que no me humillé en pedirle perdón y desde ese día fué la guerra declarada entre las dos; yo haciendo hasta gala de no obedecerle. Llegado el día de los exámenes para graduarme en el segun- do grado, ella se opuso terminantemente a que yo me presen- tara. Perdí el año por su culpa y mucho me riñó mi papá. Volvieron las vacaciones, con todas sus alegrías y la mejor de todas: no tener que estudiar durante dos meses y sólo obede- cer a mi papá ... lo menos. posible. Meses antes, a mi hermano le habían regalado un perro, él lo llamaba Fox, pero mi papá y yo le decíamos Faust, por so- narnos más dulce ese nombre. Era lindo de chico cuando lo trajeron; a. Desprecio no le gustó tener que compartir con él nuestras caricias, encelándose, gruñéndole cuando se le acercaba, manteniéndolo siempre a distancia. Creció Faust, se puso inmenso, pudiendo tragarse a Des- precio de un bocado; pero éste a pesar de seguir chiquito, supo siempre hacerse respetar, conservando su "superioridad moral", como decía yo, cuando lo mordía y mi hermano le pegaba para vengar al suyo. Por la calle yo los tenía que llevar a los dos con cadena, pues siendo ambos muy desobedientes., al estar libres me ponían en conflicto, yéndose cada uno por diferente lado. Mucho tra- bajo me daba llevarlos a pasear, teniendo cada uno sus capri- chos en ir a olfatear cosas incongruentes e inapetecibles ... Un día encontramos al tío Manuel, le hicieron gracia mis dos perros, agachándose a acariciarlos, preguntándome el nom- bre del grande que no conocía. Los dos le hicieron fiestas. Al llegar a su casa le contó a Margarita: -"Encontré a Adriana
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